CÓMO GANAR UNA GUERRA
CONTRA EL TERRORISMO
QUE LLEVA 15 AÑOS EN MARCHA
El final de la Guerra
Fría cambió todo el mundo, excepto Oriente Medio. Si no hacemos frente a sus
problemas, seguirá habiendo quien adopte el viejo y atractivo eslogan: el islam
es la solución
Fareed Zakaria, del GPS de New York, USA |
-La mañana del 11 de
septiembre de 2001, yo iba conduciendo por la autopista de Long Island hacia
casa de un amigo, comenta Fareed Zakaria, del GPS Global de New York, -autor de este trabajo-, donde iba a
pasar algunas semanas trabajando en un libro. Cuando llevaba una hora
conduciendo pasé de la música a las noticias en la radio y escuché con horror
las informaciones de que dos grandes aviones de pasajeros se habían estrellado
en el World Trade Center. Di la vuelta al instante, consciente de que mi retiro
sabático se había ido al garete. Igual que el de EEUU.
Ahora es difícil
recordar el estado de ánimo en los años 90. La Guerra Fría había terminado, y
de forma aplastante en los términos impuestos por EEUU. Un mundo que había
estado dividido en dos campos -política y económicamente- volvía a ser uno.
Docenas de países de Latinoamérica, África y Asia que habían sido marcadamente
socialistas se movían hacia el capitalismo y la democracia, abrazando un orden
mundial que antaño habían denunciado como injusto e imperial.
EEUU en los años 90 se
pasaba el tiempo hablando de economía y tecnología. La revolución de la
información estaba despegando. Yo trato de explicar a mis hijos que hace tan
sólo dos décadas, gran parte de lo que parece indispensable hoy -internet, los
teléfonos móviles- no existía para la mayoría de la gente. A principios de los
90, AOL y Netscape le dieron a los estadounidenses corrientes la oportunidad de
explorar internet. Hasta entonces, la tecnología revolucionaria que había
acabado con la censura gubernamental y abierta el acceso a la información en el
bloque comunista era… el fax. Al explicar sus efectos, el estratega Albert
Wohlstetter escribió un ensayo para el 'Wall Street Journal' titulado 'El fax
os hará libres'.
De lo que casi ninguno
de nosotros se dio cuenta entonces es de que una parte del mundo no estaba
siendo reformada por estos vientos de cambio: Oriente Medio. Mientras el
comunismo se hundía, las dictaduras latinoamericanas cedían el paso a
democracias, el apartheid se resquebrajaba y los hombres fuertes de Asia abrían
el camino a líderes electos, Oriente Medio seguía estancado. Casi todos los
regímenes de la región, de Libia a Egipto y Siria, seguían regidos por el mismo
sistema autoritario que había estado ahí durante décadas. La mayoría de los
gobernantes eran seculares, autocráticos y profundamente represivos. Habían
mantenido el control político, pero producida desesperanza económica y
parálisis social. Para un joven de Oriente Medio – y había exceso de jóvenes-
el mundo avanzaba en todas partes, excepto en casa.
El Islam es la solución
El islam político se
introdujo en este vacío. Siempre ha habido predicadores y pensadores que han
creído que el islam no es solo una religión, sino un sistema completo de
política, economía y legislación. Mientras las dictaduras seculares del mundo
árabe producían miseria, más y más gente escuchaba a ideólogos que tenían un
simple eslogan: el islam es la solución, con lo que se referían a un islam
radical e interpretado de forma literal. La capacidad de seducción de ese
eslogan está verdaderamente en el corazón del problema al que seguimos
enfrentándonos hoy. Es lo que lleva a algunos jóvenes musulmanes alienados (y
algunas musulmanas) no solo a matar, sino -mucho más difícil de entender- a
morir.
¿Cómo están las cosas
ahora? Desde aquel día en septiembre de 2001, Estados Unidos ha librado dos
grandes guerras, se ha embarcado en docenas de misiones militares menores, ha
construido una amplia burocracia de seguridad nacional y ha establecido nuevas
reglas y procedimientos, todo ello para proteger a los EEUU y sus aliados de
los peligros del terrorismo islámico.
Algunas de estas
acciones lo han hecho. Pero el único cambio llamativo que ha tenido lugar en
Oriente Medio es que la inestabilidad ha reemplazado a la estabilidad. La
intervención estadounidense en Irak tal vez haya sido la chispa detonante, pero
la leña se venía apilando de antes. La Primavera Árabe, por ejemplo, fue el
resultado de poderosas presiones demográficas, económicas y sociales contra
regímenes que habían perdido la habilidad de darles respuesta o adaptarse. El
creciente sectarismo -chiíes contra suníes, árabes contra kurdos- ha modificado
las políticas de países como Irak y Siria. Cuando un gobernante represivo ha
sido derrocado -Saddam, Saleh, Gaddafi-, todo el orden político de ese país se
ha destejido y la propia nación (una creación reciente en el mundo árabe) ha
colapsado.
El desafío a la hora
de derrotar al Estado Islámico no es realmente vencerle en el campo de batalla.
EEUU ha ganado batallas como esa durante 15 años en Afganistán e Irak, solo
para descubrir que una vez que las fuerzas estadounidenses se retiran, los
talibanes o el Estado Islámico o algún otro grupo radical regresa. La forma de
que esos grupos sigan derrotados es ayudar a los países musulmanes a encontrar
alguna forma de política que tenga presentes las aspiraciones básicas de sus
gentes. De todas sus gentes. El objetivo es fácil de expresar: impedir que
oleadas de jóvenes desafectos caigan en la desesperación en estas condiciones,
naveguen por internet y vuelvan a encontrar el mismo viejo eslogan: que el
islam es la solución. Cuando estos jóvenes dejen de pinchar en ese enlace, es
cuando se ganará la
guerra contra el terror.
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