¿POR QUÉ EL EMBARGO NO DERROCÓ A LOS
CASTRO?
John F. Kennedy |
¿Sancionar o no
sancionar? Ése es el dilema. El embargo a Cuba, declarado por John F. Kennedy
en 1962, suele utilizarse como ejemplo del fracaso de las sanciones económicas.
En aquellos años, Estados Unidos, en medio de la Guerra Fría, dejó de comprarle
azúcar a Cuba y de venderle todo lo demás, mientras muchos países de América
Latina rompieron relaciones con La Habana, azuzados por Washington.
Era la época en que
Cuba desembarcaba tropas o intentaba el derrocamiento por la fuerza de los
gobiernos latinoamericanos, mientras Washington, a su vez, trataba de matar a
Fidel Castro y de acabar con su régimen, como lo detecto un satélite de la URSS surgido en 1959
a pocos kilómetros de la Florida, durante la presidencia de Ike Eisenhower.
En 1964 Lyndon
Johnson, temeroso de las reacciones del belicoso vecino cubano, al que sotto
voce le imputaba la muerte de Kennedy (vivió y murió convencido de ello),
resignado a convivir con el apéndice de Moscú clavado en su costado, desistió
de intentar liquidar o derrocar a Castro, y optó por “contenerlo”.
El “containment” era
un instrumento de la Guerra Fría consistente en tres medidas hostiles, pero
legítimas: sanciones económicas, aislamiento diplomático e intensa propaganda
adversa. La hipótesis de trabajo era que esas tres armas de hostigamiento,
aplicadas con firmeza durante un largo periodo, podrían inducir a la implosión
del Estado enemigo.
Naturalmente, contener
al adversario requería una continuidad en la estrategia de la Casa Blanca, pero
nada de eso era posible en un sistema político como el estadounidense. Acababa
imponiéndose la “razón electoral”, y los recién llegados al gobierno traían
nuevas soluciones para los viejos conflictos, o nuevos conflictos a los que
dedicarse frenéticamente, porque no existía la menor rentabilidad política en
tratar de solucionar querellas antiguas que se daban por perdidas. La sociedad
norteamericana vivía proyectada hacia el futuro –cambios, innovaciones,
invenciones– y no era capaz de sostener esfuerzos de largo aliento anclados en
el pasado.
La derrota en Vietnam
fue el parteaguas. Estados Unidos quedó muy golpeado y desmoralizado. Nixon
asumió el fracaso y buscó las relaciones con China de la mano de Henry
Kissinger, un personaje convencido de las virtudes de la realpolitik y del
inconveniente de los principios, pero fue su sucesor Gerald Ford el que desechó
la política de aislamiento diplomático a Cuba deshaciendo las resoluciones de
la OEA y continuando la venta a los Castro de autos norteamericanos fabricados
en Argentina iniciada por Nixon. Luego Jimmy Carter remató la faena abriendo en
La Habana una “Oficina de Intereses”, que era la manera de restablecer
relaciones.
Jimmy Carter |
A partir de ese punto
la contención de Cuba dejó de existir. Poco a poco, se fue orillando el
objetivo de terminar con la dictadura, aunque algunos exiliados tenaces, bajo
el liderazgo de Jorge Mas Canosa, lograron que se pusiera en el aire Radio y TV
Martí en el gobierno de Reagan, o que el Congreso de Bush aprobara primero la
Ley Torricelli, y luego la llamada Helms-Burton en la era de Clinton, una
excelente pieza legislativa si en la Casa Blanca alguien hubiese querido
utilizarla a fondo.
No obstante, en 1989,
cuando el Muro de Berlín fue derribado, o en 1991, cuando desparecieron la URSS,
el campo comunista europeo, y hasta el marxismo como referencia teórica, era
relativamente fácil para George Bush (padre) o para su sucesor Bill Clinton,
retomar el viejo pleito cubano y ponerle fin a la tiranía de los Castro (para
lo que hubieran podido contar hasta con el discreto apoyo de Yeltsin y de los
rusos), pero ambos prefirieron acogerse a la cómoda idea de que la cubana era
una dictadura obsoleta y desacreditada que se liquidaría bajo el peso de su
propia incompetencia.
En realidad, el razonamiento
escondía un cálculo algo mezquino: era un pleito muy antiguo, sin asideros en
el panorama social de los años noventa, cuyos peores aspectos ya se habían
descontado localmente. Ponerle fin a la dictadura cubana comportaba ciertos
riesgos y carecía de rentabilidad política.
George Bush (Padre) |
Probablemente era
cierto. A George Bush (padre) ni siquiera le sirvió triunfar fácilmente en la
invasión a Panamá en 1989 y sacar de circulación a un dictador desagradable
como Noriega. Poco después perdió las elecciones frente a Clinton. Luego
vinieron Chávez y la patulea antiamericana y antioccidental del Socialismo del
Siglo XXI, pero en Washington se empeñaron en juzgarlos “como una molestia, no
como un peligro”.
¿Consecuencias de que
la dictadura cubana continúe viva y coleando? El irrefutable historiador
argentino Juan Bautista (Tata) Yofre lo resume en el título de uno de sus
libros: Fue Cuba. En realidad, es Cuba. Un millón y medio de exiliados
venezolanos, narcoestados en Venezuela y Bolivia, una pseudo democracia en
Nicaragua, Irán con una presencia inédita en América, mientras en Colombia las
FARC se afilan los colmillos para tomar el poder por otros medios.
Concretando: en
realidad, no fallaron las sanciones económicas. Fallaron los políticos que
debían implementarlas. Se cansaron. Cambiaron sus objetivos. Los Castro se
quedaron solos en el ring de boxeo y siguieron peleando. En eso estamos.
Fuente: Agencia de Noticias Impacto CNA.
El autor de este artículo es el
escritor y periodista Carlos Alberto Montaner.
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